lunes, 30 de abril de 2018

Como todos los días, al anochecer salen los gatos de sus escondrijos y ella trepa la escalerilla que da al tejado. Como todos los días Oliver la espera sentado, observando las callejuelas, relamiendose. Ella se sienta a su lado y juntos contemplan el laberinto de calles de colores vestidas de miles y miles de prendas (camisas, batas y calcetines) que todo el mundo se pone de acuerdo en tender a la vez. Antes de hacer la cena. Y el cálido aire nocturno huele a ropa limpia que el viento mece. Y todo el mundo empieza a cocinar. Que si cebolla por allí, que si curri por aquí, que si canela por allá... Y entre las cortinas veías el festín.
Sophie y Oliver estaban en posición, a punto.
-Ahora es el momento- dijo Ella decidida. Oliver asintió. Ella no le miro, ni él a ella. Pero ambos sabían esa realidad indiscutible. La que habita en todos nosotros. La realidad de los sueños. Si tu gato sabe que ha asentido y tú sabes que lo ha hecho ¿para qué necesitas comprobarlo? Ya sabes que así ha sido.
Así que Sophie saca del bolsillo de su chaqueta unos pequeños prismáticos y espía a todos y cada uno de sus vecinos. Los ancianos de la ventana azul. La bata de franela está tendida. Él mira el partido desde el sofá y ella cocina. No es que no se quieran. Son costumbres. Pero Sophie sabe que cada tarde la pasan caminando cogidos de la mano. A veces suena un paso doble en la radio y se abrazan. No podría decirse que bailasen, porque simplemente se abrazaban y se tambaleaban de izquierda a derecha y de derecha a izquierda un buen rato. Era todo un espectáculo.
Abajo había una familia de Bangladesh. Hoy cenaban arroz con pollo en salsa.
A la izquierda una luz.
El vapor de agua saliendo por la ventana de alguien que se ducha.
Fotos colgadas con pinzas de la ropa en el comedor.
Un beso estallando en un momento.
Un perro ladrando.
A Sophie todo este espectáculo nocturno le resultaba simplemente maravilloso.
Nunca supo si Oliver lo disfrutaba igual o simplemente le hacía compañía. En cualquier caso daba lo mismo. Sophie no era ninguna cotilla. Bueno, tal vez un poquito. Simplemente, cuando hacía lo que hacía, no se sentía tan sola en el mundo.

Basta por hoy.

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