lunes, 30 de abril de 2018

Creo que llamas tanto la atención y eres tan especial para los ojos del espectador porque eres un protagonista. Eres esa clase de persona. Tienes esencia y espíritu. El espectador quiere poseerte porque no puede ser tú. Eres como Tayler Durden. Pero yo soy como Marla, sabes? Soy ese personaje extraño que aparece de vez en cuando. Tremendamente triste y solitario. Un poco loco pero bonito. Soy la Jenny de Big Fish. El mundano espectador apreciará mi belleza o me juzgará loca. Intentará poseerme por morbo. Pero jamás querrá ser yo. Es la magia de lo roto. La destrucción en si es bella pero nadie quiere estar roto. Es mejor ver como lo hacen otros. Es la posibilidad que le da el segundón de la película de hacer que el espectador mundano juegue a ser héroe diciendo "Tranquila, no estás sola. Yo te salvaré". El protagonista jamás se fijará en el personaje extraño y solitario. Edward Bloom, como buen protagonista, se fue a enamorar de una mujer hecha con luz resplandeciente. Hermosa. Como buen héroe con su princesa. Como debe ser. Tal vez por eso idealices el amor. Porque debe ser grande como tu esencia. Porque así debe ser. Grande y reluciente. Es el amor que te mereces, de cuento de hadas. Es el premio que te corresponde por haber pagado el alto precio de ser protagonista. El más duro de los caminos. Y llegará.
Yo esperaré en las sombras y me ceñiré al guión.
Soy la princesa de la alcantarilla.
Como todos los días, al anochecer salen los gatos de sus escondrijos y ella trepa la escalerilla que da al tejado. Como todos los días Oliver la espera sentado, observando las callejuelas, relamiendose. Ella se sienta a su lado y juntos contemplan el laberinto de calles de colores vestidas de miles y miles de prendas (camisas, batas y calcetines) que todo el mundo se pone de acuerdo en tender a la vez. Antes de hacer la cena. Y el cálido aire nocturno huele a ropa limpia que el viento mece. Y todo el mundo empieza a cocinar. Que si cebolla por allí, que si curri por aquí, que si canela por allá... Y entre las cortinas veías el festín.
Sophie y Oliver estaban en posición, a punto.
-Ahora es el momento- dijo Ella decidida. Oliver asintió. Ella no le miro, ni él a ella. Pero ambos sabían esa realidad indiscutible. La que habita en todos nosotros. La realidad de los sueños. Si tu gato sabe que ha asentido y tú sabes que lo ha hecho ¿para qué necesitas comprobarlo? Ya sabes que así ha sido.
Así que Sophie saca del bolsillo de su chaqueta unos pequeños prismáticos y espía a todos y cada uno de sus vecinos. Los ancianos de la ventana azul. La bata de franela está tendida. Él mira el partido desde el sofá y ella cocina. No es que no se quieran. Son costumbres. Pero Sophie sabe que cada tarde la pasan caminando cogidos de la mano. A veces suena un paso doble en la radio y se abrazan. No podría decirse que bailasen, porque simplemente se abrazaban y se tambaleaban de izquierda a derecha y de derecha a izquierda un buen rato. Era todo un espectáculo.
Abajo había una familia de Bangladesh. Hoy cenaban arroz con pollo en salsa.
A la izquierda una luz.
El vapor de agua saliendo por la ventana de alguien que se ducha.
Fotos colgadas con pinzas de la ropa en el comedor.
Un beso estallando en un momento.
Un perro ladrando.
A Sophie todo este espectáculo nocturno le resultaba simplemente maravilloso.
Nunca supo si Oliver lo disfrutaba igual o simplemente le hacía compañía. En cualquier caso daba lo mismo. Sophie no era ninguna cotilla. Bueno, tal vez un poquito. Simplemente, cuando hacía lo que hacía, no se sentía tan sola en el mundo.

Basta por hoy.
Quisiera dibujar la lluvia. Cielos encapotados. Charcos. Ese olor a tierra húmeda y a tostadas. Dibujarte dormida justo a mi lado. Botitas rojas saltando divertidas y rebeldes sobre los charcos. Una oleada de paraguas de colores. Tú, resplandeciente riendo, empapada. Soñando. Las flores. Los desconocidos. El acordeón.
Te quiero.
Pero ya no se dibujar.
Se me ha olvidado.
Te has llevado todo lo bueno de este mundo y me has dejado en una montaña de basura.
Y el aire huele a tubos de escape y a orines.
Y los paseantes se han convertido en desconocidos. Intrusos.
Si hubieses tenido tumba. Una simple lápida. Un lugar en que llorarte. Me habría muerto encima. De saber que te pudres. Que realmente en un agujero en la tierra hay un cadáver podrido. Que los gusanos habitan en esa piel que un día besé. No...
Creo que, que no estés en ningún lugar en particular es lo mejor. Así siempre habrá esperanza. Así podré soñar en encontrarte sonriente saltando sobre los charcos. Así podré seguir respirando.
Te quiero.
Sophie... No llores...
No abras la ventana.
Sophie, no te acerques al balcón. Hace frío.
Siempre hace frío.
Desde que abriste esa ventana no ha dejado de nevar.
Sophie... No tienes alas.
Sophie...
Te quiero.